La casa era antigua, pero para mí era perfecta. Se encontraba alejada de todo el bullicio y ajetreo de la ciudad. Tenía ladrillos color piedra, ventanas amplias, habitaciones espaciosas y una puerta de madera añejada; me gustaba que fuera así, única y diferente. Sentía mucho afín con ella y me recordaba a las casas descritas por las hermanas Bronte en sus famosas novelas de romance gótico. Al ver la casa supe que era para mí. Quería ser parte del mundo de las Bronte o de alguna de sus novelas, fantaseaba cada día con eso desde que leí «Cumbres Borrascosas» a mis 12 años y sabía que con esta casa iba a vivir ese sueño.
Mi padre se oponía a mi decisión de querer vivir sola; estaba preocupado por mí, lo normal de un padre al ver a su hija crecer y querer buscar su libertad e independencia. Sin embargo la razón de su preocupación era por algo más que ver a su princesita buscando su autonomía. La razón de su resistencia era porque yo había dejado de tomar los medicamentos recetados por mí psiquiatra y él pensaba que no estaba estable a nivel emocional.
Estos medicamentos los había estado consumiendo por más de 5 años desde la trágica muerte de mi madre en un accidente automovilístico camino a su trabajo y el cual me generó una gran depresión de la que no he podido salir. No obstante, logré persuadirlo de que era lo mejor para mí y mi recuperación. Aceptó a regañadientes y decidió apoyarme en todo el proceso o eso quise creer yo para no sentirme mal y a la vez ignorar la voz de mi niña interna pidiéndome a gritos que todavía no era el momento y que solo le hiciera caso a ella y mi padre por esta vez.
Ojalá les hubiese hecho caso a su oposición.
Los primeros meses en la casa fueron tranquilos y llenos de introspección. Al principio fue difícil acostumbrarme a la soledad, tal vez por mí síndrome de abstinencia generada por la falta de medicamentos. Sin embargo, con el tiempo logré vencer esos malos ratos y pensamientos intrusivos que me carcomían y empecé a sentirme segura en mi nuevo hogar. Podía ser yo misma sin sentirme juzgada y sin interrupciones, pero un día todo cambió y dejé de sentirme bien en la casa de mis sueños. Los pensamientos regresaron para jugarme una mala pasada y hacerme travesuras que solo lograban hacerme llorar. Me sentía como esa niña que fui en la escuela, sin amigos, sufriendo bullying y sin nadie a quién contarle lo que sucedía por miedo. Y como esa niña que fui, reaccioné igual llorando, callando e ignorando lo que me estaba sucediendo, porque creí que pronto todo iba a pasar.
Era una mañana gris y lluviosa. De esos días en los que solo quieres estar en la cama cobijada existiendo. No tenía ánimos de hacer nada, pero recordé las palabras de mi psiquiatra: -«debes bañarte, desayunar y celebrar esas pequeñas acciones, aunque te cuesten». Así que me obligué a realizar pequeñas actividades, que aunque eran mínimas me generaban una fatiga indescriptible.
Tomé una ducha caliente, me lavé el cabello y empecé a notar como mi estado de ánimo mejoraba. Todo se volvía a sentir normal como cualquier otro día; tuve una mínima esperanza de felicidad. No obstante, cuando salí de la ducha el ambiente había cambiado. No era el mismo y había una sensación pesada y brumosa casi palpable en la habitación, lo adjudiqué al vapor y calor del baño, puesto que decidí darme una ducha larga para relajarme y callar con el sonido del agua los pensamientos que me carcomían sin piedad por dentro, pero no era así.
Todos los rincones de la casa se percibían de esta manera y volví a sentir miedo e inseguridad. Comencé a sentirme observada y esta sensación la confirmé cuando una noche en el baño al lavarme la cara, me vi al espejo y observé una silueta femenina detrás de mí. Grité y salí huyendo de ahí. Corrí por toda la casa hasta llegar a la puerta principal, pero al abrirla y querer salir de la casa pude notar que no podía salir de la casa; algo no me lo permitía o me lo impedía. Histérica di la vuelta para ingresar y ahí estaba ella de pie observándome en silencio dejando un rastro de sangre. No logré ver su cara y a como pude la esquivé. Tapé cada espejo que tenía en la casa con cobijas, ropa, alfombras y cuanto objeto me encontrara que sirviera de barrera, porque según creí había salido por ellos y al taparlos no iba a permitir que viniera mi mundo a atormentarme.
En mi desesperación y miedo, me encerré en mi habitación y llamé a mi padre para que me ayudara, pero no obtuve una respuesta de él. Llamé a la policía y tampoco dieron señales. Estaba completamente sola y decidí que lo mejor era no salir de mi cuarto hasta que ya no existiera peligro, pero este nunca se fue.
Pasaron días y meses, y la mujer del espejo caminaba afuera de mi habitación tarareando una de mis canciones favoritas. Incluso parecía que ella era la inquilina de la casa, puesto que en ocasiones escuchaba caer el agua de la ducha, risas provenientes de la TV o bien escuchaba la melodía de mis canciones favoritas en la sala de estar. Una noche la puerta de mi habitación se abrió; era ella que caminaba hacía mí. Se acercó a la cama tarareando, se sentó en ella junto a mí e intentó acariciar mi frente, peinar mis cabellos y arroparme; me sentía hipnotizada por su presencia. No podía dejar de observar todo lo que estaba sucediendo y que era yo la protagonista silenciosa que lo estaba viviendo sin vivirlo realmente.
Cuando volví en mí, me percaté de que sus labios se empezaron a mover y quería decir algo. Inmediatamente quise correr, pero no pude, mi cuerpo no respondía a mis comandos, sentí un frío inexplicable que recorrió cada fibra de mi cuerpo y la escuché decir: «encuéntrame y serás libre», después de eso todo se volvió oscuro y por primera vez pude dormir tranquila en tanto tiempo.
Me desperté agitada pensando que todo había sido un sueño, pero agradeciendo que por primera vez había podido descansar después de tanto tormento que estaba sintiendo. Al levantarme de la cama logré observar un rastro de sangre que no estaba el día anterior y supe que no había sido un sueño. Harta de estar pasándola mal recordé las palabras que me había dicho la mujer del espejo y me armé de valor para enfrentar lo que sea que fuese ella.
Estaba decidida a ponerle fin a esta situación para no permitir que me atormentara más. Mi miedo pasó inmediatamente a la rabia. Me enojaba saber que había alterado mi paz, que estaba viviendo la vida que yo tanto amaba en mi casa soñada, y fue a raíz de este pequeña dosis de valor y coraje que seguí el rastro de sangre, el cual me llevó hasta el baño.
Al abrir la puerta, pude percatarme que el ambiente era pesado y brumoso, no había cambiado nada desde aquel día. Me pareció extraño que todo siguiera de la misma manera y el vapor no se hubiese disipado, preferí no darle importancia y me enfoqué en la sangre. Fue fácil encontrar el lugar de donde provenía la sangre; era la ducha. Abrí la cortina de esta y pude observar una mujer desnuda que tenía sus labios azules, su piel pálida grisácea con profundas cortadas en sus muñecas y alrededor de estas sangre seca, observé que el agua seguía cayendo y se llevaba la sangre fresca que emanaba de sus heridas.
Observé detalladamente su cara, grité de dolor y comprendí porque nunca volví a saber de mi padre. Esa mujer era yo.
Gloriana FerCa.

Gloriana Ferlini Cano
Mi nombre es Gloriana Ferlini Cano, pero pueden decirme Glori, soy de Costa Rica y de profesión soy fisioterapeuta especializada en animales.
Actualmente no ejerzo, ya que me encuentro en la dulce espera de mi primer bebé, lo cual me tiene muy emocionada.
Me gusta escribir sobre terror, crímen y suspenso sin dejar de lado los temas cotidianos y sensibles que suelen ser ignorados por miedo a hablar de ellos o el tabú existente. También me gusta escribir poesía y romance.
Desde niña me ha gustado mucho leer y escribir; siempre han sido un refugio para mí. Mi sueño es escribir un libro que sea publicado y en el cual ya me encuentro trabajando, mientras tanto subo mis escritos a Wattpad o los guardo en mi libreta como un diario.
Soy fiel creyente de que las palabras sanan el alma y alivian el corazón.
Excelente, me gustó tu relato. Sigue así.