Para celebrar Halloween escribiendo, Ediciones Glasgow lanzamos por Instagram un Concurso de microrrelatos de terror que duró dos semanas y cerró con mucho éxito el 15 de octubre. Con una dinámica de Ganadores por Likes, escritores independientes participaron con sus historias, y la comunidad lectora les dio su voto.
¡Te invitamos a conocer los microrrelatos ganadores y a seguir a los autores en sus cuentas de Instagram! Además, puedes apoyarlos GRATIS compartiendo el enlace de esta publicación en tus redes sociales y con todas tus amistades que aman leer terror.
¿Cuál es tu favorito? ¡No dudes en decirnos en los Comentarios!
La puerta blanca | Juan Diego Gutiérrez
Microrrelato ganador con 117 votos
No sabía por qué estaba caminando en este lugar, solo recuerdo que cuando abrí los ojos se encontraba a la par un sujeto muy sonriente y barbudo dándome la bienvenida.
—Ven, acompáñame, alguien quiere verte —por más extraño que me pareciera, decidí seguirlo, pues generaba confianza.
Las razones y preocupaciones que abundaban en mi cabeza se estaban desvaneciendo, ya daba igual, solamente lo estaba siguiendo. Este lugar era todo blanco y dorado, y la música que se oía mientras caminaba junto al señor era muy… celestial; por una ventana, noté al caminar un jardín bellísimo, me dio un sentimiento de tranquilidad.
Dentro del lugar veía otras puertas, de donde salían personas algo peculiares. La verdad, no sabría cómo describirlas pero, de igual forma que con el señor de prominente barba, me generaron un sentimiento de serenidad.
Dentro del pasillo notaba muchas ventanas, observé cierta cantidad de personas de buen vestir en las afueras del jardín, por lo que concluí que dicho lugar debía ser muy grande. Me pareció extraño, pero vi a alguien que me pareció conocido, pero esto no podría ser cierto porque…
—Ya llegamos, alguien te espera —oí que me decía el señor, provocando que se me fuera el pensamiento. Decido extender el brazo hacia la puerta, soltando una sonrisa, lo que por alguna razón me provocó tranquilidad.
—¿Quién me espera? —le pregunté perpleja ante esa extraña invitación.
—Lo sabrás cuando entres.
No sabía quién se encontraba detrás de esa puerta blanca, pero por alguna razón sentía curiosidad por entrar, solo que cuando pretendí no pude, me empecé a sentir diferente, todo el lugar se revolvía a mi alrededor, volví a ver al señor barbudo, debo reconocer que un poco asustada, empezaba a cerrar los ojos.
—Tranquila, hija mía, vendrás de nuevo cuando estés preparada.
Volví a abrir los ojos, me encontraba postrada en una cama, rodeada de una buena cantidad de doctores, no podía hablar todavía, pero sí me era fácil escucharlos.
—Señorita —dijo el más alto de ellos— soy el doctor Ramírez, debo indicarle que usted sufrió un accidente que la mantuvo muerta por 2 minutos. Para su suerte, logramos estabilizarla, por dicha se encuentra estable.
Aquel día parecía distinto, el aire olía dulce, los pájaros cantaban tristes.
Se preparó como siempre lo hacía, dio un beso a su madre y se marchó hacia la escuela.
En el caminó recordó su vida, pensó en sus familiares, y una última lágrima recorrió su rostro. Este era el punto de no retorno, un oasis de paz entre tanto sufrir… las burlas y el acoso habían destruido su alma.
Cargó su rifle, abrió las puertas del colegio y al fin… les despertó.
Era ella, la mujer más bella. Su piel tan suave como la seda y cabello oscuro como la noche, sus labios de carmín me hicieron soñar con sus besos, con su tacto.
Me miró, y nuestros ojos se encontraron, me sonrió y pude ver entonces su expresión de asombro al observar el puñal en mi mano. Lo intenté, quise perdonarle la vida… pero no pude, era la mujer más bella y tenía que poseerla.
Al pequeño Henry le gustaba caminar por el pueblo y pasó por un viejo parque, de repente escuchó un melodioso canto: Henry, ven a jugar, Henry, ven a jugar.
Henry no veía a nadie en el parque, se sentó en uno de los columpios y empezó a balancearse. Henry se voltea y escucha los demás columpios moverse. No estaba solo, estaba rodeado de muchos niños. Eran los duendes. Henry nunca volvió a casa y su madre aún lo espera en los columpios.
Encerrado en el armario de su habitación el niño escuchaba, se tapaba los oídos, pero de nada servía. Su miedo y ansiedad jamás le dejarían, se sentía solo, triste y rechazado, envuelto entre las sombras, las voces que clamaban por su alma.
—¡O vienes con nosotros o me llevo a nuestro hijo! —dijo la madre, llorando—. ¡Te digo que hay un fantasma en el armario!
El desesperado hombre corría a toda prisa, agitado miraba hacia atrás en busca de aquello que se había llevado a sus amigos. Sus piernas cansadas no podían dar un paso más, el oscuro bosque se le echaba encima. Se secó el sudor de la frente y decidió continuar.
—¡Señor, ayúdame! —exclamó.
Escuchó un sonido agudo, sus tímpanos casi a reventar. Levantó la mirada y pudo ver aquella nave de metal, abrió su compuerta y la luz se lo llevó también.
Abrió los ojos, y lo rodeaba la oscuridad. Respiró aliviado, pues notó que se encontraba acostado. «Una pesadilla» pensó, recordando su fiebre, su dolor, su familia llorando mientras el sacerdote daba las honras fúnebres. Intentó moverse, pero no pudo… aún se encontraba dentro del ataúd.
No veía a sus amigos desde la secundaria y planearon hacer una acampada. Siempre había acampado allí con su familia, le divertía contar historias de miedo alrededor de una hoguera y asustar a algún ingenuo que se uniera. Ya iba a acostarse cuando le llamaron desde afuera de su tienda.
Vio a una niña pequeña, le hacía señas para que la siguiera. Caminaron por el oscuro bosque hasta llegar a un llano escarpado. Al fondo, pudo divisar una osamenta, la niña se había asustado tanto de sus historias que en su ánimo de escapar había quedado perdida entre las sombras.
Era su momento más esperado del día, ponía el agua a calentar para el té y buscaba sus galletas favoritas. Sentada en un extremo de la mesa, parecía estar viviendo una película, mientras unas manos arrugadas la guiaban por recuerdos y memorias antiguas.
En Ediciones Glasgow somos escritores trabajando para escritores. Sabemos que el mundo de la literatura independiente tiene caminos muy difíciles, y una de las tareas más desafiantes es dejar de ser invisibles para el público lector.
En la era digital es muy fácil tener una cuenta en cada red social y crear contenido para llegar a la audiencia correcta, pero sabemos que en un océano de posibilidades y algoritmos podemos perdernos más que una aguja en un pajar.
Por eso, siempre viene bien tener una presencia extra en internet. Dicho esto, te informamos que Ediciones Glasgow abrimos la iniciativa del Blog colaborativo, una nueva mecánica en nuestro sitio web para apoyar y difundir a las plumas independientes.
Cómo participar en el Blog colaborativo
Es muy sencillo, solo envíanos a nuestro correo electrónico ediciones.glasgow@gmail.com los siguientes documentos:
Tu texto, que puede ser poema, relato, artículo, reseña de libro independiente, que puede ser el tuyo, de un colega o que te guste, al que quieras otorgarle un espacio aquí.
Una breve semblanza o biografía tuya para darte los créditos y una mención más completa.
Los enlaces de tus redes sociales para incluirlas.
Si tienes uno o más libros publicados en línea, los enlaces para que el público pueda adquirirlos.
Beneficios del Blog colaborativo
Tú como pluma independiente puedes participar en esta iniciativa
Sin costo
Sin límite de veces
Con la única condición de que el contenido del texto no hiera sensibilidades ni despierte polémica.
Cuando la publicación esté lista, te enviaremos el enlace para que difundas con tu comunidad y también compartiremos en nuestras redes sociales.
La intención es estrechar lazos y fortalecer esta comunidad, ¡porque cada quien merece un lugar!
¡Muchas gracias por unirte a Ediciones Glasgow en esta misión!
Ediciones Glasgow Servicio de edición para autores independientes Plataforma de apoyo para la literatura independiente
Día tras día la voz del indigente le contemplaba, cuando se entregaba al clamor de los necesitados de amor; en medio de ese mundo colmado de guerra eterna. Sentía piedad por su hambruna, sus miedos y delirios, pues cada día, el olvidado se soñaba ingenuamente rodeado de esa vida digna con la cual no había podido nacer.
Y pese a sus carencias, la voz indagaba en las formas que tenía ese aniñado rostro mientras ocurría el sopor de su sueño, y sobre todo cuando mostraba la gentileza de ese corazón que pretendía contagiar de alegría a sus hermanos y hermanas en su misma condición de despreciados. Esos condenados por aquellos crueles e indulgentes que les gobernaban.
Y cuando en medio de su llanto se atrevía a gritar por ira, frustración y resignación, la voz adquiría fuerza y mudamente lo hurtaba de aquel mundo vívido en la plena agonía. A veces también la voz yacía a su lado cuidándolo, a veces quería ser él, como una forma corpórea con la cual caminaría por los senderos que se abrían ante sus ojos. Pero no era más que una voz venida del clamor de los necesitados de amor.
Sin embargo, esa voz de terciopelo no debía ser más hermosa que el silencio, mas en el silencio moraba, quieta y silenciosa, aguardando el devorar aquella alma que le permitiría vivir día tras día, cumpliendo su razón de ser. Hasta que su tan amado niño, finalmente, fuera uno con la eternidad.
Te invitamos a leer más textos de la autora aquí, en el Blog Colaborativo:
Mérida, Venezuela (1986). Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Actualmente, ejerce como Bibliotecaria en una institución. Es una escritora que se considera aprendiz y también autodidacta. Inició en el mundo de la escritura en el año de 2018 con pocos microcuentos y microrrelatos, que transformó después, en relatos más extensos. Se especializa en el género fantástico porque es el que más escribe, sin embargo, considera que hay mucho por mejorar.
¡Ediciones Glasgow te invitamos a seguir a Vanessa en sus redes sociales y enterarte de sus próximas publicaciones!
Muy muy temprano la sonrisa de un sueño se desvanece apenas despierto. Muy muy temprano la sonrisa de un sueño se desvanece apenas despierto. Muy muy temprano la sonrisa de un sueño se desvanece apenas despierto.
En el instante en que despunta el alba, más allá de lo evidente, entreabro mis doce ojos y doy gracias a Dios por esos regalos de sueños pasteles que devoraron las pesadillas de mi consciencia, durante mi vigilia de luz de triada de Lunas crecientes.
Para una niña cierva, que fabrica manualidades con basura reciclada, ya alumbrada por la inocencia que despide un trino avispado, desde un firmamento edificado, es sumamente agotador tejer pedazos del suelo que piso.
Esas carcajadas, de cuadros de ternura viviente, que se agolpa en mis gargantas mentoladas y como sal de uva, al encontrar a mis hermanas, abre mis astados corazones a una nueva enseñanza. Debo ser prudente si quiero sorprender a L’thran Albeyran.
Rezo por las almas que descansan las historias de cuentos de hadas, de ese príncipe de los perfumes de tiempos pasados, o el Tazyqlobresia Anmursyaji, que hace muchos muchos siglos desposó a las cicatrices de una regente. Ella lo condenó a vagar con una luminaria coronada en el centro de su frente, y, para siempre estará perdido en sus propias fantasías de ébano y marfil .
Fui prometida al príncipe durmiente, nada más nacer. Todas nosotras somos sus más devotas musas. Somos sus lirios de plata, candores para su reposo. Jamás seremos tocadas por su virilidad pero, y en un solo pero, miraremos su rostro en nuestros núcleos de vida; alimentaremos su leyenda a partir de la palabra encomendada, por la venia de este país de crudas promesas. Me abro paso con fulminantes besos por la piel de nuestra casa de té.
La novia sombra me saluda, y con devoto sigilo, me adentro por el resto de lo que llamo la mejor aventura de mi vida inmortal.
La novia sombra me saluda y, con prudencia de Amor, me adentro por el resto de lo que llamo la mejor aventura de mi vida inmortal.
La novia sombra me saluda y, con encarnada esperanza, me adentro por el resto de lo que llamo la mejor aventura de mi vida inmortal.
En el lago de cristal, que respira detrás del patio de mi Abuela, solemos pescar tizas y gises de colores. A veces gatos con patas de conejo o camellos con treinta y tres maneras de vestir un velo con pinta de lunares de estrellas. Ella ríe con nuestras bromas de Do-La-Li-Re-Fu y nos insta a descargar el huerto con nuestras herramientas de juguetes.
Devoré las bayas soles que cuelgan en los portales de nuestras puertas, até en mi tobillo una pulsera de los listones con los que adorno a mis muñecas. Ellas me cuentan los secretos de las hormigas, el vuela pluma de las catarinas y los deseos de las termitas. Nos llevamos bien, aunque a veces, las regaño por no revelarme los tesoros que esconden las cucarachas en los escondrijos más ocultos de la cocina.
Ay, mi Abuela. Ella, y sólo ella, colorea nombres en nuestras mejillas, para que no nos consuma la planta de nuestros pies, el salvaje que reparte candiles de pájaros en las madrugadas de este país de espíritus vivientes. Ellas, las mejillas que serán besadas por el caballero que cabalga este mundo, y las nobles madrugadas, sonrosadas por las palabras que le otorgan las preciadas nocturnas amadas, se adornan con flores de navidad.
En las níveas hebras de la testa de la nona reposan flores con aroma a popurrí: celestes, amarillas, rosadas, lilas; mueve esos sus pétalos cuál mariposas, en los días de un verano del hielo y escarcha que sólo toca al poblado más allá de las quejas de los corteses aldeanos. Al atardecer se van a dormir con un oso melindroso, que tararea baladas, con una guitarra de lana fina. Nuestro amigo oso o Vulrapo Khin come toda la miel de los árboles, y a veces por eso, el té de nuestras tazas nos resultan algo amargo por las fantásticas hierbas que, recolectamos al anochecer. Entre bailes y maromas.
Mi vestido son husos horarios. Me visto de tiempo, de espacio, de génesis. De matrices con aroma a serpentinas. Esas, y sólo esas, con las que se adornan todos los cumpleaños, en los que arrompamos a nuestra bestia, son mis principales protagonistas. Las bestias que nacen, tras pedir el más excelso deseo, al soplar las velas de un bonito pastel elaborado con las más amorosas manos.
En el instante en que están agotadas, por la incertidumbre que el día asume sobre su piel, como un resfriado, se desperezan y edifican otro montoncito de ropajes y mantas con las que lloran las lágrimas de las más dulces rosas. Sé, por boca de la canción de cuna más antigua, de una rosa que condenó las promesas de las bestias, los gorriones, los soldados de plomo y la pareja de enamorados de un insólito universo, que acudieron a ella por una oportunidad para amar.
Esa es otra historia, por supuesto.
En este relato, este y sólo este, pronuncio mi existir, con la amalgama de posibilidades que brotarían de decorosos besos, que manan desde risas de musas del bosque, con las que me río y canto y bailo, para esperar a mis orugas felices. Mi tempestad de acuarelas. Mi candor de lentejuelas. Y sobre todo, a ese regente al que jamás podré verle el rostro escondido tras un velo de tul y tafetán.
Sólo soy una niña. Una niña que edifica castillos de arena, que viaja con su volátil avión de cartón y madera, brillantina, gomaespuma y crayolas de cera; la misma niña que se adentra en las asombrosas aventuras, de amigos imaginarios, a los que observa partir hacia los brazos de los que serán la razón de sus suspiros, de su porvenir y su dicha.
Y tanto ellos, como yo, volamos hacia historias, cuentos, mitos y leyendas de Por Siempre Jamás. Canciones de Cazadores de Jaulas de fuego y Plomo. Mis Nunca, son Nuncanoches, la existencia de los Nunca Jamás de los Jamases, son Naciones de Guerras por Naciones de Juguetes; almendras con azúcar con las que unto tus dedos y leo el futuro que te aguarda.
Risueña, valerosa, soy una memoria de fuego fatuo, una comunidad en prosa. Me llamo Ithsimil y soy la Emperatriz del Sueño Eterno. Me llamo Ithsimil y soy la Sagrada Memoria de los caídos . Me llamo Ithsimil y, a ti, te otorgo con cordialidad, un arropo de Paz. Me llamo Ithsimil y soy tu Hija. Me llamo Ithsimil y soy tu Hermana. Me llamo Ithsimil y soy el Espejo de tus Deseos. Me llamo Ithsimil y soy la Emperatriz de las Rosas, que otorga la felicidad, a los más afligidos.
Me llamo Ithsimil. Me llamo Ithsimil. Me llamo Ithsimil.
Ithsimil y soy, soy, soy las Historias Interminables de tu propia creación.
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Mérida, Venezuela (1986). Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Actualmente, ejerce como Bibliotecaria en una institución. Es una escritora que se considera aprendiz y también autodidacta. Inició en el mundo de la escritura en el año de 2018 con pocos microcuentos y microrrelatos, que transformó después, en relatos más extensos. Se especializa en el género fantástico porque es el que más escribe, sin embargo, considera que hay mucho por mejorar.
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«Tus ojos, lágrimas y rezos me protegen. Devastadora Ilusión. Demencia durmiente de mis albores de seda. Soy uno contigo».
En la recámara de mis huesos astados, persiste el eco, que confabula a los solariegos de mis entrañas. Quiera Él que ejecute lo desbocado. Quiera Él que monte el mundo desde estos predestinados ejes cardinales. Esa mantra que no abandona a mis testas de cristal.
Doy un sorbo a tu savia vitae, tan azul como un firmamento que reverdece en lo pútrido que reviste las pieles sumisas de las criaturas que parí. Trecemesinos. Soy el amado. Persisto en la línea de la vida; rebeldía de las colas de cerdo que asoman en cada santificada pared de su existencia.
Abro el armario del magnánimo; beso su miembro; unto su anatomía y lo abrigo con las cortinas que brotan de mi velo. Los gusanos de seda, juegos en mis hombros; él se retuerce. Tú me visitas desde el centro de mi existencia. Me susurras al oído que no renazca en el miedo que perdura entre nosotros.
En el hoy que es hoy. En el mañana que es mañana. En la tarde que es tarde recito tus génesis. Persisto en el éxtasis. Las visiones, los heraldos de Amor por amor a mis moradas. En esta vez veo a un edificio sonriente, beso el ectoplasma de tu anatomía. Terso tu ombligo y devoro los restos que me ofrece.
Suena la campanilla de plata que cuelga de mi cintura, junto a lo curtido de mi athame y las tres cabezas cuyos labios son la delicia de mi reino interior. Textuales son las apariciones que entreveo en el ojo de mi edén. Tiento al orgullo, redirecciono tus principios ante el poniente. Enfrasco recuerdos dentro de recuerdos, dentro de recuerdos. Trabajo para tu causa.
En mi morada, el velo que me arropa te envuelve. Mi desnudez perpetua por tus noches de esmeraldas. Soy el principio del fin. Ente silente de tus abismos de nácar. Estoy aquí, ahora. En el ayer, hoy, mañana. Te busco, te anuncio; resuena tu voz en mi testa como el trueno dentro de un trueno de tambores de escarlatas.
Danzo en mis sueños para ti. Mis suelos de mándalas redescubren nuestros principios y fines. Un espectro. Las notas que perlan tus ojos y las cuentas con las que perdono al dios astado sólo huyen ante mis almas de piedras preciosas.
Alzo mi cabeza. Te veo. Te escudo. Te anuncio. Hoy te venero. Hacemos el Amor en nuestras memorias. Mentes pasadas, presentes, futuras. Escribo a tu conjunción de astros, delato tu existencia. Mis rostros pintados con el lema de tu protección me dan una razón para existir.
Soy el astado encerrado en esta anquilosada anatomía. Un instrumento de tu paz. De tu hegemonía.
Una pulga, jején, ladilla, gusano, piojo que raya con delicias de susurros.
Una pulga, jején, ladilla, gusano, piojo que entona los cánticos con los que estremeces mi existencia demolida.
Una pulga, jején, ladilla, gusano, piojo que se escuda en el centro de mi pecho como crecientes lunares.
Nuestros amatorios ecos liberan al universo. Montamos el mundo con tu voz y mi existencia destellada, amistad entre las liendras de nuestras cabezas. Principios y fines desolados. Un vientre distendido me anunció en forma de cuentas de lluvia.
Genuino sonido de maracas. Envalentona la búsqueda entre nuestras etéreas corporeidades. Nuestra etérea corporeidad hace el amor con las estrellas. Hacemos el Amor con el sigilo que pintamos con henna en nuestras ramas.
Gris verdor en mis muñecas. Rosadas mejillas en las estelas de mis brumas. Ejecuto tu monólogo de hambre. Revisto al regente de mis sueños. Ese al que siempre puedo soñar en mis sueños con aroma a chinches sobre plumas de cisnes y gansos. Soy el oro, mirra y tafetán que enarbolo y atisbo ante el altar de tu presencia.
Sólo soy el instrumento de tu homónima paz. Una perla de tu luz. Creciente lucero de la mañana.
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Mérida, Venezuela (1986). Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Actualmente, ejerce como Bibliotecaria en una institución. Es una escritora que se considera aprendiz y también autodidacta. Inició en el mundo de la escritura en el año de 2018 con pocos microcuentos y microrrelatos, que transformó después, en relatos más extensos. Se especializa en el género fantástico porque es el que más escribe, sin embargo, considera que hay mucho por mejorar.
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Mariposa que tejes tu telaraña de lustrosas lentejuelas; derramas lágrimas de Do-MI-La-Sol por causa de esos recién decapitados, esos con cabeza de botones de apesumbradas serpentinas.
A-E-I-O-U
Persisten en sus entrañas, de juguetes de madera, en mis recuerdos; ellos son algodón de azúcar mentolada. Rigor mortis de mis vendadas muñecas. Un abecedario destinado a los ciegos; mis ojos de vidrio, que vislumbran lo invisible y canicas con pasteles marmoleados, te desean un amistoso domingo; pan de firmeza cebada y vino de prudente cereza.
A-E-I-O-U
La serigrafía de estos angelados arcoiris; en tus cosmos de risotadas cadavericas, parten desde el vidente de tus ombligos hacia tus testas desgarradas, con espinas de notas musicales, con peines de pescados.
A-E-I-O-U
La majestad del círculos cardinales de tu lecho, tres tristes tigres mutilados, son noticias en períodicos de otroras refulgentes pasadas vidas y asfaltadas entrevías.
A-E-I-O-U
Soñadora es señal de las avenidas de tus escombros; de velas aromáticas; un roñoso silvano espectro de verbo acusativo. Poseo a las articulaciones sencillas de tus congéneres. Presente, pasado y futuro: en un conjunto de DO-Re-MI-Fa-Sol.
A-E-I-O-U
Un cifrado mensaje escrito en el cristal de una botella de coloridos génesis; de coreolis y sal de mar, de perfilado marfil y ebános sonrojados por las ácidas lluvias. Esas que rompen y recomponen a tu jaula interna; tus ahuesados principescos.
A-E-I-O-U
Quiénes te buscan, encuentran un destino pintoresco.
Bodas de Oro.
Quiénes te buscan, encuentran un destino pintoresco.
Lirios de Plata.
Quiénes te buscan, encuentran un destino pintoresco.
Candelabros de Bronce.
Quiénes te buscan, encuentran un destino pintoresco.
Colmena de Cobre.
Quiénes te buscan, encuentran un destino pintoresco.
Sillones de Acero.
A-E-I-O-U
DO-re-La-SOL
MI-Fa-RE-RE-Si.
FA-fa.
LA-Si-RE-LA.
DO-MI-DO.
Re-Re.
Vuelo de Papagayo.
Trompos de Golondrinas.
Piel de Cordero.
DO.
Re.
Mi
FA.
Sol.
LA.
Mi.
Re.
do.
A-E-I-O-U
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Mi mano endiosada sesga la primera línea de la voz, voz que en decoro insta a los ciervos de céramica a pastar en esta primavera que ríe, que se asusta tan sólo al encontrarme frente a los monarcas vestidos de astros con su piel de asno comandada por lustrosos lirios y vírgenes acuarelas; un golpeteo escuda las cuchillas de mis ojos azules y grises. Heterocromia de universales sollozos. Entre tus brazos, noto un renacido lienzo que pinta solitario su propia historia. Entreveo la remembranza de los oseznos que pastan en el entremedio de la mansión que te custodia. Los espectros que se estremecen con la burla de tu presencia.
Juegan con agudos maromas, sus preseas de rocío bañan con husos horarios el centro de mis guirnaldas de piedra; ¿qué es un sinónimo de capullo sino es una flor de tomate de árbol? Un río de mensajes revienta las entrañas repletas de pasteles de carnes y verduras arropadas por tus dedos.
Trino en ultramar, y, respondes desde la lejanía con una canción que no es canción sino magma de juguetes con sabores a pimienta y atardeceres diurnos. Jazmín e Hibiscos plurales, emerguen desde mis uñas depuestas de revés.
Mis denarios de aborígenes labrados con muñecos de construcciones etéreas, pernoctan en el rito del alba que me impulsan a parir una idea plateada, libros de violáceos abismos; cicatrices de carmín de desangelado oro en mis arquitecturas fantasiosas.
Los ejes de mis cabezas duelen, los cuatro puntos cardinales gobiernan mis principios y mis fines. Turnos regentes troceados al cantar rosados poemas tejidos; cubos de tela con los que edifico oraciones de agraciadas novenas.
Quisiera ser un pájaro para sanar las heridas con aroma a dolores solariegos, que entablan el zigzagueo de tus colas, el zigzagueo de tus colas. Una, dos, nueces veces nueve. Un pergamino halado convida la historia interminable de mi familia, esa con aroma a salvaje a decorosa rosa. Esa rosa con pétalos virgenes que nos llama cada día desde un planeta árbol vivo. Una luna de hueso, un vestido, un vestido, un vestido de significados de primigenias cejas.
Soy.
Soy.
Soy.
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«Esta rosa del desierto llama a la lluvia. Quien venera su presencia, acude como un condenado a sus melodías. Cada uno de los pasos que lo acercan a mí es una llamada de paraísos primigenios pese a que desconozco si lograré encontrarlo entre mis brazos para siempre. Aún perdura su estampa en este corazón que arrastra todas mis ilusiones. Mis huellas a ópera silente; porque no hay espíritu que lo pueda invocar y traerlo hasta mí».
Sus palabras susurran delineados a sol de invierno y nieve de verano. La habitación produce que su corazón latiera y lagrimeara, sin derramar una lágrima alguna. Reparte una caricia entre los barrotes; la jaula no está oxidada pero reposa en matiz bronce. Ahí perduran sus memorias. El cofre en que las ha sepultado resuena música. Melodías que silban una La crecida, que delinean un Re escrito con hilares de lana. Las Mi que hechizan los dedos que tocan sus hoscos rostros; esos revestidos con vidrioso orégano y laureles circunspectos. Delimita una forma de prestarle los ojos de sus manos. Vislumbra las alineaciones de los astros que pecan de inocentes.
El abrigo de sus rezos calma los sollozos del genuino imberbe con aroma a condenado; él matiza la arena con la que le calienta los pies. El orgullo de sus crímenes, signos de bosques y triadas de metal, esos que esgrimen una venía a sus denarios de dientes de leche y huesos de cimitarras; pigmentados con tinta indeleble para siempre en un pozo de ríos de paraísos sin final.
Él presta a callar sus sentires; él imprime sus huellas dactilares en un esbozo que musita un esgrimido de hazañas y recodos de piedras en el centro de su vesícula. Tiene hambre y viste de espejismos y cayenas. Ofrece café de uvas; pastel de zanahorias y ciruelas pasas que pastan con el rencor de las palabras mudas que se elevan, se elevan, se elevan con el futuro de los céfiros y el humo de adviento que hace el Amor con sus delicadas promesas.
Él abre la jaula. No persiste el juicio que lo condenó a vagar en la realidad sin siquiera moverse. Sus dedos se mueven, tejen un lagrimeo de lilas y árboles de lima. Las naranjas que crecen en su interior, que pare de vez en vez, de vez en vez, de vez en vez retienen los rostros infantiles de sus vástagos. Edifican pilares, consciencia con aroma a popurrí. Seda de huesos de besos. Desde el secuestro escriben una historia interminable; venenos y antídotos han trinado y sesgado a sus dominios; derrite a la razón de sus suspiros. Retira la sentencia en las nocturnas haladas que pregonan juntos; cada vez que abren las alas. Cada vez que fotografía su anatomía y la borda en el centro de su ombligo.
Cada tanto que cuenta el tiempo que anda y, con anhelantes rezos, describe a la fantasía justo a su sangre y altares. A él acude cada vez que se equivoca en las lecciones. A él confiesa sus dolencias; la magia punza y retiene lo poco de cordura que les queda. Comparten el lecho de plumas y piojos de ganso. Sobre ellos crecen flores cristalinas; la fiereza de sus voces al llamarse sin palabras hiere a sus engaños. Jamás se abandonarán el uno al otro, el otro al uno, el uno al dos. Ambos son prisioneros y verdugos de su Amor, melodía decorosa que viste a la tumba de sus hilos rojos del Destino y muñecas con aroma a Sol. El otoño crece entre sus ramas: un firmamento anhelante de sal de mar. Un sueño que repite su ciclo de principio a fin con vestigios de cisnes y cigüeñas hechas de tejidos de papel. Hiela una brizna y recita la buena nueva de su historia en estos aquí y estos ahora.
Amor y dolor. Duermen y sueñan con ellos mismos; sueños de dulces cunas. Se anhelan, se quieren, con etéreo valor. Se anhelan, se quieren, con etéreo valor. Se anhelan, se quieren, con etéreo valor. Un lamento de sus ecos alcanza a rasgar el silencio que escuda sus penas que aguardan ante como monolitos colgantes de pies descalzos; ellos se abrazan, aún en la distancia. Ellos hacen el Amor siempre entre desnudadas pérdidas y reencuentros de crueldades magnánimas, tan sólo son dos soñadores radicales que se anhelan; tan sólo el firmamento y el mar que se llaman entre los bordes del tiempo. Están ahí, y se desmoronan, similares a un leve susurro; a un encanto. Un sagrado sueño que los unifica y en el que se buscan sin siquiera conocer sus nombres verdaderos.
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Mérida, Venezuela (1986). Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Actualmente, ejerce como Bibliotecaria en una institución. Es una escritora que se considera aprendiz y también autodidacta. Inició en el mundo de la escritura en el año de 2018 con pocos microcuentos y microrrelatos, que transformó después, en relatos más extensos. Se especializa en el género fantástico porque es el que más escribe, sin embargo, considera que hay mucho por mejorar.
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En esta celda en la que repaso tus huesos, tu carne astada, una rueca hila mis sentencias y cascadas. De benevolentes pieles de estrellas.
El gusano jugó conmigo una carantoña etérea, con ella hendí mi propio abismo, urdí un grimorio y te vi, sin una de tus cabezas depuestas.
La bala atraviesa su piel en el perfil del escamado corazón. La bala entona una balada de ídolos taciturnos.
Sumisa perla en la que pasto tus mejillas, dosificados pensares, medicinas endulzadas con hiel de menta, veneno para las hadas; colgada su piel desde la cintura de verídicos poemas.
Un Sumidero invoca mi nombre; no puedo derrotarlo a la distancia. La caja de música en la que reposo y bailo, envuelve la morada de la pulga a la que sirvo.
Tú, en cambio, bailarina de papel de seda, fosforecencia con aroma a incienso y lustrillo, susurras lo mucho que te amo. Entonces vislumbro tus ojos de botones de esmeraldas, y, con impulso férreo, recito polen y gamuza ante tus manos; produzco la tersura de tus rostros.
El hambre, la sangre que pulsa dormida en mis venas, me insta a parlar con soliloquios pues en mis más excelsos sueños de suelos de cantos rodados, sueño con abrirte como una flor.
Y devorarte.
Vanessa Sosa
Mérida, Venezuela (1986). Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Actualmente, ejerce como Bibliotecaria en una institución. Es una escritora que se considera aprendiz y también autodidacta. Inició en el mundo de la escritura en el año de 2018 con pocos microcuentos y microrrelatos, que transformó después, en relatos más extensos. Se especializa en el género fantástico porque es el que más escribe, sin embargo, considera que hay mucho por mejorar.
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Fidel Preto camina hacia el cadalso. Encadenado de pies y manos, da pasos cortos debido a la estrechez que hay en la separación de sus piernas. Va escoltado por seis guardias y un sacerdote, quienes llevan el ritmo de una procesión. Solo se escucha en el recinto sepulcral de ejecuciones, los pasos arrastrados del condenado y el sonido de las cadenas que lo sujetan.
El traje de color naranja que lleva, se ve pulcro y planchado. Su cara recién afeitada luce serena y parece no sentir ningún temor ni remordimiento.
Al subir a la plataforma, el verdugo vestido de negro con una máscara del mismo color, lo agarra de un brazo para ubicarlo en el centro del lugar.
El sacerdote con la biblia en la mano se acerca, lee el versículo Isaías 41:10, reza un Padre Nuestro y un Ave María. Al concluir, moja su pulgar con el aceite que lleva en un frasco pequeño para frotarlo sobre la frente del condenado.
Fidel al sentir el líquido aceitoso en la frente, cambia la expresión de su rostro, comienza a sudar a chorros y sus piernas flaquean. En ese instante, los rostros con expresiones de terror de las 53 mujeres que había asesinado giran a su alrededor. Una dosis de remordimiento proveniente de una nube negra, penetra como un rayo en su cabeza para apoderarse de él. Una buchada del mejor desayuno que había ingerido en su vida se incrusta en su garganta, impidiéndo el paso de aire hacia los pulmones.
Su cara toma un color violeta, sus ojos enrojecidos salen de sus órbitas y por la asfixia que sufre, dobla su torso para caer al piso convulsionando, al tratar de expulsar lo que le impide respirar. No hubo tiempo, para que el hombre de negro cubriera con una capucha ciega la cabeza de Fidel, enlazara su cuello con la soga anudada, abriera a la hora establecida la compuerta sobre la que lo paró, y así, causar su muerte por ahorcamiento al caer de manera brusca al vacío.
Acostado en el piso del cadalso, el médico que debía certificar su muerte se le acerca para examinarlo. Toca su yugular para medir el pulso. No hubo respuesta, el corazón había dejado de latir.
El condenado no murió ahorcado, murió ahogado por la venganza de las 53 almas que vinieron desde el más allá para reclamar su muerte, sin que ninguno de los presentes lo notara.
Oscar Sanguinetti
Oscar Sanguinetti (1962). Barinas, Venezuela. Egresado de un Instituto Universitario de Tecnología. Escritor autodidacta, que descubrió su interés por las letras en 2009, cuando se acercaba la hora de retirarse del ejercicio profesional. Comenzó escribiendo cuentos cortos. Luego escribió su primera novela, y una segunda obra donde relata a manera de ficción todo lo que experimentó en su última experiencia laboral. Hoy día, es miembro del foro chat de Corrección Perpetuum escuela de escritores de Caracas. Todavía se considera un aprendiz de escritor.
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Acudí a tu tumba esta mañana, ante tu estampa dormida arropaste mi mano con tus céfiros e imaginé la gracia de tus dedos sonriéndome. Nunca me viste a los ojos, eras tímido de corazón aunque un racimo de ellos esperó como uvas a que colmaran mis abismos. Donador de nuevos relatos, a ti te doy las gracias porque por tu causa, estoy vivo. Gracias a la música de tu millar de corazones que descansa en mí que he vuelto a nacer: como un nuevo espíritu al que la sorpresa visita cada día, y, se sorprende, por todo lo que revelaron tus labios cuando yo no podía hablar por mi mudez y quebranto de luz de dulce cuna.
Siento mucho lo que ocurrió; me lo dijiste al oído. Susurraste siempre palabras que quise escuchar, desde que existimos en este universo sin sentimientos. Me alejé de ti por miedo, porque ya no te reconocía, porque tus colores ya no congeniaban con las acuarelas de mi cosmos pero, a pesar de que ya no estás aquí, te sueño otra vez convertido en un heraldo de amores secretos. De distantes promesas acostumbradas a demostrar sus eones entre cartas de tarot. Con la ingenuidad de mi lado, desnudé mi alma para que tus flores y las mías crecieran en nuestro jardín de juventudes etéreas, y ahora, que me pierdo en ese recuerdo, me veo aún entre tus sueños de labrados sueños, siempre tenues entre brumas, musas y tintas.
Te he dibujado en cartas, aunque no puedo leerlas para ti. Deslizo por ellas mis dedos por tus ojos, deslizo mis labios para amar tu silueta puesta en el féretro de mis memorias. Me diste una nueva oportunidad, y, pese a todo, a lo que hiciste, por abandonarme, no guardo rencores en mí. Quisiera decirte que fui tuyo mucho antes de que las estrellas cayeran. Fui tuyo cuando nacimos y es en esta eternidad viva en la que te puedo nombrar, crucificado y repleto de cenizas, bajo los halos de colores y las risas que te dedico ahora.
En cada espacio de espacios en el que te pienso, imagino como hubiera sido ascender contigo desde el tren y navío que guío nuestra niñez por ese camino amarillo, dirigido hacia el palacio de los dulces donde ahora vives, donde puedo soñarte sin manchas. Por favor, guíame ahora que vivo de tu recuerdo, revela como provocabas que el universo fuese más noble que tú. Tú con tu ectoplasma que se presenta a veces en mi morada, y me recita las cosas que siempre quise escuchar, esas que hablan acerca de avecillas, de océanos, de rosas y de cómo fue brillar conmigo cuando aparecí en esa misma colina en la que ahora reposas y te niegas a abandonar.
Porque te convertiste en mi primer y último beso; también vives del recuerdo. Fuiste un genuino Adán para esta Eva con miembro, y en el jardín que construimos, donador o no de órganos musicales, me diste una nueva oportunidad para vivir en paz. Te ruego, que me observes desde el firmamento del que caen el millar de luciérnagas, con las que hilo tu nombre entre mis siembras de nuevas hortalizas, esas que viven bajo el amparo de las sombras y rocíos que, esperan también, el devorarme.
Soy yo el que ahora conserva tus poderes, bestia de desnudados huesos. Hoy, es mi turno de rezar las oraciones con las que mis manos pueden quebrar las realidades y fantasías de flores de sandías y naranjas; edifico ciudades de lunas tristes en este aquí y en este ahora. Mi adornada eternidad.
Vanessa Sosa
Mérida, Venezuela (1986). Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Actualmente, ejerce como Bibliotecaria en una institución. Es una escritora que se considera aprendiz y también autodidacta. Inició en el mundo de la escritura en el año de 2018 con pocos microcuentos y microrrelatos, que transformó después, en relatos más extensos. Se especializa en el género fantástico porque es el que más escribe, sin embargo, considera que hay mucho por mejorar.
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«¿Piensas que vas a escapar, así, desgraciada? ¡Dónde pusiste mis ojos, hija de las remilputas!».
El proyectil no alcanzó a darme. Escuché la carga del arma, la escopeta pues. Se incrustó en la pared del centro comercial al que había huido despavorida. Estaba en una realidad alternativa donde ellos, o más bien ella, recién nacida, estaban cobrándome las de Caín que les habías hecho pasar en su universo recién construido. Pero, ¿qué culpa tenía yo? Todos mis personajes me salían como me salían; no era mi intención el dejar ciego o ciega, a Meiridíanar. Después de todo ella era una en un millón, poseía la capacidad para observar todo a través del contacto con sus pies al ras del suelo.
«¡Perra malparida, no te nos va a escapar!» gritó otro de mis niños en la lejanía, aunque se escuchaba cerca, como si se tratase de un aparecido de los mitos y leyendas venezolanas que nos solíamos contar para asustarnos, en pijamadas, cuando era una chiquilla. Y aunque no copio ninguna para escribir y derrochar mi imaginación, Pesgonisil también me buscaba. Él podía oler mi aroma, el aroma de mi periodo, tenía el olfato sobre desarrollado. Él era una bestia. Custodiaba a su Dilalndor quién se encontraba sobre su hombro derecho. Tan ligera y astuta como una reina.
«Mamá, ¿por qué huyes? ¿No ves que queremos conocerte?» noté como sus piecitos tocaron el suelo cuando la bestia la dejó caer y ella se acercó a mí hasta encontrarme.
«ABRAZANOS, MAMÁ» tres tonos de voz manaron de los labios de la niña. «TE AMO, ERES NUESTRA AMA».
Cuando la cabeza de la niña se torció un poco me tapé la cara.
«¿Por qué le diste botones por ojos a tu hija más querida?» dijo la niña con una risita risueña que me arrancó un escalofrío. «A mí ME diste UN vestido MUY sucio. QUIERO BESAR TUS MEJILLAS, MAMÁ».
Sus tonos de voz se alternaban. La de la niña, las otras y yo me oriné en mis pantalones del miedo. Ellos eran personajes de mis historias de terror, salieron de mi mente en sueños, y ahora, trataban de asesinarme. Por eso, antes que la pequeña me tocara con su manita, que podía trocear todo con un mero toque, corrí antes de que me volaran la cabeza con el proyectil que esquivé apenas y por suerte.
«¿Así tratas a tus hijos? No nos abandones, mustia de quinta» las palabras, los insultos, me dolían pero debía escapar o la libraría de ese modo.
¿Cómo había acontecido este suceso? Simple, iba a participar en un concurso de cuentos de terror y ahora, los desgraciados de mis hijos, que no sé cómo infiernos, habían emergido de las paredes de mi cuaderno. Tenía un concurso que ganar, o algo así, pero ahora me preocupaba más el sobrevivir. Si participaba y tenía la suerte de ganar les daría un lugar mejor a todos ellos, pero como bien lo ven, ahora no importaba nada de nada. Salvo la supervivencia.
Contemplé en el trayecto a mis hijos más hediondos, los que comían fetos de ratas como festín en festivales que inventé para hacer más maravilloso el mundo que había construido para mostrar mis dotes de escritora en el concurso. Ahora no sabía qué hacer, no tenía mi pluma secreta para mandarlos de vuelta a su mundo. Así que comencé a escribir con mi propia sangre de período en mi brazo derecho. El izquierdo estaba manchado de estiércol.
Pensé crear un héroe que me ayudara. Cerré los ojos y lo imaginé tan bello como los lirios de los lagos que había en el jardín botánico de mi tierna tierra. De pronto, sentí como algo frío me atravesó la garganta de tajo a tajo y caí como una doncella en brazos del recién creado. Él también se había puesto en mi contra. Mi héroe no era un héroe. Era un villano. El más despiadado. Entonces de él noté que manaba brea, o más bien de su boca. Me besó en la frente de manera ceremonial y me susurró al oído con una voz de seda, melodiosa, viril.
«Vida por Vida, MAMÁ».
Vanessa Sosa
Mérida, Venezuela (1986). Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Actualmente, ejerce como Bibliotecaria en una institución. Es una escritora que se considera aprendiz y también autodidacta. Inició en el mundo de la escritura en el año de 2018 con pocos microcuentos y microrrelatos, que transformó después, en relatos más extensos. Se especializa en el género fantástico porque es el que más escribe, sin embargo, considera que hay mucho por mejorar.
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