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Acudí a tu tumba esta mañana, ante tu estampa dormida arropaste mi mano con tus céfiros e imaginé la gracia de tus dedos sonriéndome. Nunca me viste a los ojos, eras tímido de corazón aunque un racimo de ellos esperó como uvas a que colmaran mis abismos. Donador de nuevos relatos, a ti te doy las gracias porque por tu causa, estoy vivo. Gracias a la música de tu millar de corazones que descansa en mí que he vuelto a nacer: como un nuevo espíritu al que la sorpresa visita cada día, y, se sorprende, por todo lo que revelaron tus labios cuando yo no podía hablar por mi mudez y quebranto de luz de dulce cuna.

Siento mucho lo que ocurrió; me lo dijiste al oído. Susurraste siempre palabras que quise escuchar, desde que existimos en este universo sin sentimientos. Me alejé de ti por miedo, porque ya no te reconocía, porque tus colores ya no congeniaban con las acuarelas de mi cosmos pero, a pesar de que ya no estás aquí, te sueño otra vez convertido en un heraldo de amores secretos. De distantes promesas acostumbradas a demostrar sus eones entre cartas de tarot. Con la ingenuidad de mi lado, desnudé mi alma para que tus flores y las mías crecieran en nuestro jardín de juventudes etéreas, y ahora, que me pierdo en ese recuerdo, me veo aún entre tus sueños de labrados sueños, siempre tenues entre brumas, musas y tintas.

Te he dibujado en cartas, aunque no puedo leerlas para ti. Deslizo por ellas mis dedos por tus ojos, deslizo mis labios para amar tu silueta puesta en el féretro de mis memorias. Me diste una nueva oportunidad, y, pese a todo, a lo que hiciste, por abandonarme, no guardo rencores en mí. Quisiera decirte que fui tuyo mucho antes de que las estrellas cayeran. Fui tuyo cuando nacimos y es en esta eternidad viva en la que te puedo nombrar, crucificado y repleto de cenizas, bajo los halos de colores y las risas que te dedico ahora. 

En cada espacio de espacios en el que te pienso, imagino como hubiera sido ascender contigo desde el tren y navío que guío nuestra niñez por ese camino amarillo, dirigido hacia el palacio de los dulces donde ahora vives, donde puedo soñarte sin manchas. Por favor, guíame ahora que vivo de tu recuerdo, revela como provocabas que el universo fuese más noble que tú. Tú con tu ectoplasma que se presenta a veces en mi morada, y me recita las cosas que siempre quise escuchar, esas que hablan acerca de avecillas, de océanos, de rosas y de cómo fue brillar conmigo cuando aparecí en esa misma colina en la que ahora reposas y te niegas a abandonar.

Porque te convertiste en mi primer y último beso; también vives del recuerdo. Fuiste un genuino Adán para esta Eva con miembro, y en el jardín que construimos, donador o no de órganos musicales, me diste una nueva oportunidad para vivir en paz. Te ruego, que me observes desde el firmamento del que caen el millar de luciérnagas, con las que hilo tu nombre entre mis siembras de nuevas hortalizas, esas que viven bajo el amparo de las sombras y rocíos que, esperan también, el devorarme. 

Soy yo el que ahora conserva tus poderes, bestia de desnudados huesos. Hoy, es mi turno de rezar las oraciones con las que mis manos pueden quebrar las realidades y fantasías de flores de sandías y naranjas; edifico ciudades de lunas tristes en este aquí y en este ahora. Mi adornada eternidad.

Vanessa Sosa

Mérida, Venezuela (1986). Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Actualmente, ejerce como Bibliotecaria en una institución. Es  una escritora que se considera aprendiz y también autodidacta. Inició en el mundo de la escritura en el año de 2018 con pocos microcuentos y microrrelatos, que transformó después, en relatos más extensos. Se especializa en el género fantástico porque es el que más escribe, sin embargo, considera que hay mucho por mejorar.

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