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«¿Piensas que vas a escapar, así, desgraciada? ¡Dónde pusiste mis ojos, hija de las remilputas!».

El proyectil no alcanzó a darme. Escuché la carga del arma, la escopeta pues. Se incrustó en la pared del centro comercial al que había huido despavorida. Estaba en una realidad alternativa donde ellos, o más bien ella, recién nacida, estaban cobrándome las de Caín que les habías hecho pasar en su universo recién construido. Pero, ¿qué culpa tenía yo? Todos mis personajes me salían como me salían; no era mi intención el dejar ciego o ciega, a Meiridíanar. Después de todo ella era una en un millón, poseía la capacidad para observar todo a través del contacto con sus pies al ras del suelo.

«¡Perra malparida, no te nos va a escapar!» gritó otro de mis niños en la lejanía, aunque se escuchaba cerca, como si se tratase de un aparecido de los mitos y leyendas venezolanas que nos solíamos contar para asustarnos, en pijamadas, cuando era una chiquilla. Y aunque no copio ninguna para escribir y derrochar mi imaginación, Pesgonisil también me buscaba. Él podía oler mi aroma, el aroma de mi periodo, tenía el olfato sobre desarrollado. Él era una bestia. Custodiaba a su Dilalndor quién se encontraba sobre su hombro derecho. Tan ligera y astuta como una reina.

«Mamá, ¿por qué huyes? ¿No ves que queremos conocerte?» noté como sus piecitos tocaron el suelo cuando la bestia la dejó caer y ella se acercó a mí hasta encontrarme.

«ABRAZANOS, MAMÁ» tres tonos de voz manaron de los labios de la niña. «TE AMO, ERES NUESTRA AMA».

Cuando la cabeza de la niña se torció un poco me tapé la cara.

«¿Por qué le diste botones por ojos a tu hija más querida?» dijo la niña con una risita risueña que me arrancó un escalofrío. «A mí ME diste UN vestido MUY sucio. QUIERO BESAR TUS MEJILLAS, MAMÁ».

Sus tonos de voz se alternaban. La de la niña, las otras y yo me oriné en mis pantalones del miedo. Ellos eran personajes de mis historias de terror, salieron de mi mente en sueños, y ahora, trataban de asesinarme. Por eso, antes que la pequeña me tocara con su manita, que podía trocear todo con un mero toque, corrí antes de que me volaran la cabeza con el proyectil que esquivé apenas y por suerte.

«¿Así tratas a tus hijos? No nos abandones, mustia de quinta» las palabras, los insultos, me dolían pero debía escapar o la libraría de ese modo.

¿Cómo había acontecido este suceso? Simple, iba a participar en un concurso de cuentos de terror y ahora, los desgraciados de mis hijos, que no sé cómo infiernos, habían emergido de las paredes de mi cuaderno. Tenía un concurso que ganar, o algo así, pero ahora me preocupaba más el sobrevivir. Si participaba y tenía la suerte de ganar les daría un lugar mejor a todos ellos, pero como bien lo ven, ahora no importaba nada de nada. Salvo la supervivencia.

Contemplé en el trayecto a mis hijos más hediondos, los que comían fetos de ratas como festín en festivales que inventé para hacer más maravilloso el mundo que había construido para mostrar mis dotes de escritora en el concurso. Ahora no sabía qué hacer, no tenía mi pluma secreta para mandarlos de vuelta a su mundo. Así que comencé a escribir con mi propia sangre de período en mi brazo derecho. El izquierdo estaba manchado de estiércol.

Pensé crear un héroe que me ayudara. Cerré los ojos y lo imaginé tan bello como los lirios de los lagos que había en el jardín botánico de mi tierna tierra. De pronto, sentí como algo frío me atravesó la garganta de tajo a tajo y caí como una doncella en brazos del recién creado. Él también se había puesto en mi contra. Mi héroe no era un héroe. Era un villano. El más despiadado. Entonces de él noté que manaba brea, o más bien de su boca. Me besó en la frente de manera ceremonial y me susurró al oído con una voz de seda, melodiosa, viril. 

«Vida por Vida, MAMÁ».

Vanessa Sosa

Mérida, Venezuela (1986). Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Actualmente, ejerce como Bibliotecaria en una institución. Es  una escritora que se considera aprendiz y también autodidacta. Inició en el mundo de la escritura en el año de 2018 con pocos microcuentos y microrrelatos, que transformó después, en relatos más extensos. Se especializa en el género fantástico porque es el que más escribe, sin embargo, considera que hay mucho por mejorar.

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