Mariano se despertó con el ruido del celular vibrando en la mesa de luz. Había intentado ignorarlo, pero entre las llamadas constantes y el ruido de algo que parecía un helicóptero, no pudo soportar más.
— ¿Qué pasa?
— Mariano hace una hora te estoy llamando.
— Llegué tarde anoche Sofía, ¿qué querés?
— Es la abuela…
— ¿Qué pasó con la abuela? ¿Está bien? ¿Cómo no me llamaste antes?
— ¡Hace una hora te estoy llamando!
— Pero respóndeme nena, ¿qué pasó con la abu?
— Mirá, necesito que te levantes y te prepares unos mates. Sentate en el sillón.
— Dale Sofi…
— Te llamo en quince, hacé eso.
Mariano vio la pantalla de su celular con la llamada finalizada, puso a calentar el agua y se tomó una aspirina para ver si le solucionaba la resaca. A veces un vaso de agua en el desierto no es mucho, pero es algo. Cuando vio que el agua demoraba y su hermana no lo llamaría en unos minutos, marcó el número de su padre.
— Pa, me acaba de llamar Sofi para decirme algo de la abuela, pero no me dijo nada.
— Hablá con ella, yo estoy con cosas, después te explico… o no, que te diga Sofía directamente.
— Pero papá… ¿hola?, ¿me cortaste?
Cuando el agua estuvo a punto, Mariano apagó la hornalla. Pasó el agua a un termo y se sentó en el sillón que estaba enfrente del televisor. Dejó las cosas arriba de la mesa ratona y esperó a que el celular sonara.
— Sofi, ya me hice el mate, explícame por favor.
— Bueno, pero no te vayas a asustar, ¿sí?
— Dale, estoy preocupado, ¿le pasó algo?, ¿voy al hospital?, ¿en cuál está?
— Mariano, primero decime que no te vas a asustar.
— No me voy a asustar.
— ¿Te acordás de cuando se murió el abuelo?
— Sí… no me digás… pero la abuela no fumaba, estaba re bien… ¿qué le paso?
— Dejame terminar si querés saber…
— Es que la hacés re larga.
— Callate por favor, escuchá, la abuela está bien, no está muerta.
— ¿Entonces para qué me decís eso del abuelo?
— Porque es más complejo, ¿te acordás lo que hizo la abuela después de lo del abuelo?
— Se cambió al departamento.
— No, antes de eso.
— Se fue de viaje a México.
— Bueno, sí, el viaje, pero se fue a Colombia.
— Sí, me acuerdo de eso, dale apurate… ¿qué carajo pasó?
— Bueno… es más fácil que lo veas… prendé el televisor.
— ¿El televisor?
— Sí, el televisor… dale.
— Acá está, están dando el partido del torneo.
— Poné el noticiero.
— Ahora… pará qué es eso, es el departamento de la abuela…
— Mariano, ahí te llamo, está la policía en la puerta de la casa… si te llama mamá no le atiendas, está insoportable.
El noticiero mostraba la imagen de un departamento en un piso alto del centro, apenas a unas cuadras de donde vivía Mariano. En la esquina superior derecha, debajo de las cifras que mostraban “14:23” y “22 °C”, se podía leer “En vivo”. La placa inferior decía, en letras mayúsculas y sobre un fondo rojo, “ESTELITA ATRINCHERADA”. Mariano tardó unos segundos en salir de su aturdimiento y prestar atención a la voz de la periodista: “…parece que Estela está atrincherada desde hace varias horas… no quiere salir del departamento y se ha negado a negociar con la policía, además…”.
Mariano silenció el televisor cuando vio que su celular se iluminaba y aparecía una llamada entrante de su madre. Pensó en el consejo de su hermana, pero cualquier dato era mejor que nada.
— Ma…
— Viste que esa vieja era una turra… eso fue un plus de divorciarme de tu padre. No me la tengo que aguantar más… viste que yo decía que tu primo no tenía forma de comprarse ese auto sin andar en una… ahora no estoy tan loca, ¿no?
— Mamá no tengo idea de qué me decís…
— Tu primo te digo, eso de que apareció con ese camionetón de un día para el otro, bueno seguro fue la Estelita.
— Sí eso sí, pero qué es eso de la abuela, me acabo de despertar y…
— Ay nene no me digás que no sabés nada… ves, tu padre no puede hacer ni eso…
— A ver mamá, ahí te llamo que me está llamando mi hermana — Mariano cortó una llamada y atendió la otra.
— Sofi, no entiendo nada…
— Se acaba de ir la policía, se lo llevaron a papá, el tío no aparece…
— Pero qué pasó, nadie me dice nada… ¿Cómo que se llevaron a papá?
— ¿No pusiste el noticiero?
— Sí, pero justo me llamó la mamá…
— Te dije que no le contestaras, está insoportable…
— Pero qué pasó, qué es eso del primo Santi, lo de la camioneta…
— Ah sí, a Santi lo agarraron esta mañana en el taller.
— ¿En qué taller? Si Santi no labura ni a palos…
— Claro, no labura de laburar, pero está con los negocios de la abu.
— Pero la abuela tampoco labura, a ver, tenía la fábrica de pastas, pero ya no… uy pará, ahí cambiaron la placa del noticiero “LA CAPA DE LOS RAVIOLES”. ¿Qué carajo significa eso?, Sofi.
— Nene vos tampoco sumás dos y dos…
— Es que la abuela hace unas pastas increíbles… pero no sé qué tiene que ver eso con…
— Vende droga, Mariano, la abuela vende droga… o sea “ravioles”.
— Nena qué decís, ¿cómo va a vender droga?
— Mariano, no importa eso… necesito saber algo, ¿la abuela te dio algo para firmar hace unas semanas?
— ¿Cómo que no importa? Nena estás diciendo cualquier cosa.
— Para pendejo, callate y responde.
— Es que no tiene sentido…
— La abuela se va todos los años de crucero, se compró un piso completo en pleno centro, me pagó la carrera y me regaló el auto cuando me recibí… No seas salame y respondeme.
— Sí, me dio unos papeles…
— Ay, no me digás que los firmaste…
— No, o sea los iba a firmar pero los quería leer y ella me estaba apurando… me hice medio el gil y me los llevé. Pero pensé que era eso de que me quería como diseñador para la fábrica de pastas, ¿te acordás que me dijo que quería ponerlo en redes sociales y eso?… pero no quiero cobrarle nada a la abu y le dije que se lo hacía gratis…
— Bueno, no, seguro que no era eso… a ver, sí te quería de diseñador, pero esos papeles eran de otra cosa… decime que no firmaste nada…
— No sé ni dónde están, ahí los busco…
— Mirá, Mariano, quemalos directamente, por ahí vos te safás porque nadie te metió nunca en nada…
— Pero pará, ¿vos también?
— Es que no conseguía trabajo y me enteré lo de la abuela porque justo escuché a papá hablando con el tío…
— Pero ¿vas a ir presa?
— No sé, por ahí no… bancame que me está llamando el abogado… no digás nada de lo que te dije.
Mariano se quedó con el celular en la mano y volvió a poner volumen en el televisor. “Miles de ciudadanos reunidos alrededor del departamento de Estelita, la capa de los ravioles. Conectamos con el móvil en la zona”. La pantalla cambió del estudio del noticiero a un periodista que se encontraba en la manifestación. “Nos encontramos entre la multitud de gente que se ha concentrado para pedir por la exoneración de Estelita, vamos a escuchar algunas de las opiniones de las personas que hay acá”. Mariano observaba, incrédulo, como el televisor mostraba a miles de personas en la calle frente al departamento de su abuela. La mayoría eran personas mayores. El periodista pidió su opinión a varios de ellos, ahora estaba entrevistando a un hombre de unos ochenta años: “Cuarenta años trabajé para este país y no tengo un mango, esta mujer es una heroína”, luego de la última palabra dejó escapar una risita celebrando la ironía. Los demás entrevistados seguían esa línea. “Es un modelo a seguir, una empresaria”, “… y qué importa si está mal… noventa y dos años tiene la señora… déjenla en paz”, “pobre señora… quiso hacer algo con el tiempo libre y le fue bien, es una emprendedora…”, “… y ahora le están mandando helicópteros llenos de policías al departamento, pero cuando te afanan en la parada del micro no hay nadie…”.
Mariano apagó el televisor y buscó los papeles, cuando los encontró, debajo de una pila de ropa sin planchar, los leyó. Al parecer, su abuela quería poner a su nombre una parte del negocio, “Los ravioles de la abuela Estela”. El muchacho sacó mentalmente la cuenta del valor que tenía la porción que su abuela le estaba dejando y quemó el papel con los ojos llenos de lágrimas. Con los papeles reducidos a una pila de cenizas, fue a abrir la ventana de su departamento y comprobó que a varias cuadras un helicóptero volaba cerca del edificio donde vivía su abuela. Sintió su celular vibrando en la mesa y atendió.
— Mamá, ¿qué pasa ahora?
— ¿Te contó tu hermana?
— Sí, me contó… pero vos la odias a la abuela desde antes.
— Pero tenía razón entonces…
— Escuchame, ma, qué es eso que me decía Sofi del viaje de la abuela hace como veinte años.
— Ah eso, sí, parece que se hizo amiga de unos narcos cuando fue a Colombia y los tipos le pusieron la plata para la fábrica de pastas si la dejaban usarla como frente para vender…
— Entonces la abuela no hizo nada, o sea, trabajaba para ellos… puede entregarlos y listo…
— Esperá nene, no interrumpás. Tu abuela, cuando vio lo que ganaban esos tipos, cortó relación y se puso una cocina acá… ¿te acordás que tu abuelo tenía el taller?
— Sí, ahí saliendo de la ciudad, en el medio de la nada…
— Claro, estaba mal posicionado para los autos, pero atendía a los camiones cerca de la ruta…
— Sí, ya sé… el Nono siempre estaba tomando mates con ellos…
— Bueno, tu abuela aprovechó, convirtió el subsuelo del taller en cocina y agarró a los amigos camioneros de tu abuelo y los puso a distribuir por todo el país…
— ¿Y el primo Santi?
— Siempre fue un inútil, pero tu abuela necesitaba alguien que pusiera la cara para algunas cuestiones…
— Ahí me está llamando Sofi, ya te llamo…
Mariano cortó la llamada. En realidad, su hermana le había mandado un mensaje de texto, pero sabía que cuando su madre mencionaba a Santiago se dedicaba a insultarlo media hora. Abrió el mensaje de su hermana y leyó “haceme una videollamada desde la compu, creo que me intervinieron la línea”. Cuando el rostro de su hermana apareció en la pantalla, Mariano notó que estaba nerviosa.
— Creo que no safo, Mariano, firmé muchas cosas y no puedo justificar ni la mitad de mis gastos, no me van a creer que no sabía nada. ¿Quemaste lo que te dije?
— Sí Sofi, ¿pero estás segura?
— No te preocupés, estábamos jugando con fuego y nos quemamos… ¿viste esto?
Mariano abrió el link que su hermana había enviado por el chat. Abrió los ojos muy grandes y Sofía dejó escapar una risa.
— Tu cara es impagable Mariano.
— Esto es increíble “#ExonerenAEstelita”. No lo puedo creer…
— Uy, pará, poné la tele ya…
Mariano prendió el televisor, tirándose medio mate hirviendo arriba de la pierna en el proceso.
— Sofía, qué está haciendo la abuela…
— Salió al balcón, parece que está insultando a los policías del helicóptero…
— ¿No tendrá frío con un camisón nada más? Se va a resfriar…
— Claro, eso es lo preocupante en este momento, que se resfríe.
— No, ya sé, pero igual es grande…
— Mariano, mirá lo que tiene en la mano la abuela…
— ¿Qué es? No llego a ver… parece una pera.
— Es una granada, Mariano… no, no, no, no…
— Uy, se la largó al helicóptero.
Por la ventana, Mariano vio como a varias cuadras de distancia se levantaba una columna de humo.
Nicolás Vargas Rossi
Nicolás Vargas nació en 1993 en la Provincia de Mendoza, Argentina. Es Licenciado en Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, investigador y escritor. Su obra se centra en cuentos y novelas. Los primeros son publicados semanalmente en internet a través de la red social Medium y generalmente poseen temáticas realistas, costumbristas o fantásticas. Las novelas se encuentran sin publicar y varían entre la ciencia ficción y la fantasía.
¡Ediciones Glasgow te invitamos a seguir a Nicolás en sus redes sociales y enterarte de sus próximas publicaciones!