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Relato del autor Oscar Sanguinetti – El condenado

Fidel Preto camina hacia el cadalso. Encadenado de pies y manos, da pasos cortos debido a la estrechez que hay en la separación de sus piernas. Va escoltado por seis guardias y un sacerdote, quienes llevan el ritmo de una procesión. Solo se escucha en el recinto sepulcral de ejecuciones, los pasos arrastrados del condenado y el sonido de las cadenas que lo sujetan. 

El traje de color naranja que lleva, se ve pulcro y planchado. Su cara recién afeitada luce serena y parece no sentir ningún temor ni remordimiento.

Al subir a la plataforma, el verdugo vestido de negro con una máscara del mismo color, lo agarra de un brazo para ubicarlo en el centro del lugar.

El sacerdote con la biblia en la mano se acerca, lee el versículo Isaías 41:10, reza un Padre Nuestro y un Ave María. Al concluir, moja su pulgar con el aceite que lleva en un frasco pequeño para frotarlo sobre la frente del condenado.

Fidel al sentir el líquido aceitoso en la frente, cambia la expresión de su rostro, comienza a sudar a chorros y sus piernas flaquean. En ese instante, los rostros con expresiones de terror de las 53 mujeres que había asesinado giran a su alrededor. Una dosis de remordimiento proveniente de una nube negra, penetra como un rayo en su cabeza para apoderarse de él. Una buchada del mejor desayuno que había ingerido en su vida se incrusta en su garganta, impidiéndo el paso de aire hacia los pulmones.

Su cara toma un color violeta, sus ojos enrojecidos salen de sus órbitas y por la asfixia que sufre, dobla su torso para caer al piso convulsionando, al tratar de expulsar lo que le impide respirar. No hubo tiempo, para que el hombre de negro cubriera con una capucha ciega la cabeza de Fidel, enlazara su cuello con la  soga anudada, abriera a la hora establecida la compuerta sobre la que lo paró, y así, causar su muerte por ahorcamiento al caer de manera brusca al vacío.

Acostado en el piso del cadalso, el médico que debía certificar su muerte se le acerca para examinarlo. Toca su yugular para medir el pulso. No hubo respuesta, el corazón había dejado de latir.

El condenado no murió ahorcado, murió ahogado por la venganza de las 53 almas que vinieron desde el más allá para reclamar su muerte, sin que ninguno de los presentes lo notara.

Oscar Sanguinetti

Oscar Sanguinetti (1962). Barinas, Venezuela. Egresado de un Instituto Universitario de Tecnología. Escritor autodidacta, que descubrió su interés por las letras en 2009, cuando se acercaba la hora de retirarse del ejercicio profesional. Comenzó escribiendo cuentos cortos. Luego escribió su primera novela, y una segunda obra donde relata a manera de ficción todo lo que experimentó en su última experiencia laboral. Hoy día, es miembro del foro chat de Corrección Perpetuum escuela de escritores de Caracas. Todavía se considera un aprendiz de escritor.


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Relato de la autora Vanessa Sosa – El Heredero y El Hijo

Acudí a tu tumba esta mañana, ante tu estampa dormida arropaste mi mano con tus céfiros e imaginé la gracia de tus dedos sonriéndome. Nunca me viste a los ojos, eras tímido de corazón aunque un racimo de ellos esperó como uvas a que colmaran mis abismos. Donador de nuevos relatos, a ti te doy las gracias porque por tu causa, estoy vivo. Gracias a la música de tu millar de corazones que descansa en mí que he vuelto a nacer: como un nuevo espíritu al que la sorpresa visita cada día, y, se sorprende, por todo lo que revelaron tus labios cuando yo no podía hablar por mi mudez y quebranto de luz de dulce cuna.

Siento mucho lo que ocurrió; me lo dijiste al oído. Susurraste siempre palabras que quise escuchar, desde que existimos en este universo sin sentimientos. Me alejé de ti por miedo, porque ya no te reconocía, porque tus colores ya no congeniaban con las acuarelas de mi cosmos pero, a pesar de que ya no estás aquí, te sueño otra vez convertido en un heraldo de amores secretos. De distantes promesas acostumbradas a demostrar sus eones entre cartas de tarot. Con la ingenuidad de mi lado, desnudé mi alma para que tus flores y las mías crecieran en nuestro jardín de juventudes etéreas, y ahora, que me pierdo en ese recuerdo, me veo aún entre tus sueños de labrados sueños, siempre tenues entre brumas, musas y tintas.

Te he dibujado en cartas, aunque no puedo leerlas para ti. Deslizo por ellas mis dedos por tus ojos, deslizo mis labios para amar tu silueta puesta en el féretro de mis memorias. Me diste una nueva oportunidad, y, pese a todo, a lo que hiciste, por abandonarme, no guardo rencores en mí. Quisiera decirte que fui tuyo mucho antes de que las estrellas cayeran. Fui tuyo cuando nacimos y es en esta eternidad viva en la que te puedo nombrar, crucificado y repleto de cenizas, bajo los halos de colores y las risas que te dedico ahora. 

En cada espacio de espacios en el que te pienso, imagino como hubiera sido ascender contigo desde el tren y navío que guío nuestra niñez por ese camino amarillo, dirigido hacia el palacio de los dulces donde ahora vives, donde puedo soñarte sin manchas. Por favor, guíame ahora que vivo de tu recuerdo, revela como provocabas que el universo fuese más noble que tú. Tú con tu ectoplasma que se presenta a veces en mi morada, y me recita las cosas que siempre quise escuchar, esas que hablan acerca de avecillas, de océanos, de rosas y de cómo fue brillar conmigo cuando aparecí en esa misma colina en la que ahora reposas y te niegas a abandonar.

Porque te convertiste en mi primer y último beso; también vives del recuerdo. Fuiste un genuino Adán para esta Eva con miembro, y en el jardín que construimos, donador o no de órganos musicales, me diste una nueva oportunidad para vivir en paz. Te ruego, que me observes desde el firmamento del que caen el millar de luciérnagas, con las que hilo tu nombre entre mis siembras de nuevas hortalizas, esas que viven bajo el amparo de las sombras y rocíos que, esperan también, el devorarme. 

Soy yo el que ahora conserva tus poderes, bestia de desnudados huesos. Hoy, es mi turno de rezar las oraciones con las que mis manos pueden quebrar las realidades y fantasías de flores de sandías y naranjas; edifico ciudades de lunas tristes en este aquí y en este ahora. Mi adornada eternidad.

Vanessa Sosa

Mérida, Venezuela (1986). Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Actualmente, ejerce como Bibliotecaria en una institución. Es  una escritora que se considera aprendiz y también autodidacta. Inició en el mundo de la escritura en el año de 2018 con pocos microcuentos y microrrelatos, que transformó después, en relatos más extensos. Se especializa en el género fantástico porque es el que más escribe, sin embargo, considera que hay mucho por mejorar.

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Relato de la autora Vanessa Sosa – Vida por Vida

«¿Piensas que vas a escapar, así, desgraciada? ¡Dónde pusiste mis ojos, hija de las remilputas!».

El proyectil no alcanzó a darme. Escuché la carga del arma, la escopeta pues. Se incrustó en la pared del centro comercial al que había huido despavorida. Estaba en una realidad alternativa donde ellos, o más bien ella, recién nacida, estaban cobrándome las de Caín que les habías hecho pasar en su universo recién construido. Pero, ¿qué culpa tenía yo? Todos mis personajes me salían como me salían; no era mi intención el dejar ciego o ciega, a Meiridíanar. Después de todo ella era una en un millón, poseía la capacidad para observar todo a través del contacto con sus pies al ras del suelo.

«¡Perra malparida, no te nos va a escapar!» gritó otro de mis niños en la lejanía, aunque se escuchaba cerca, como si se tratase de un aparecido de los mitos y leyendas venezolanas que nos solíamos contar para asustarnos, en pijamadas, cuando era una chiquilla. Y aunque no copio ninguna para escribir y derrochar mi imaginación, Pesgonisil también me buscaba. Él podía oler mi aroma, el aroma de mi periodo, tenía el olfato sobre desarrollado. Él era una bestia. Custodiaba a su Dilalndor quién se encontraba sobre su hombro derecho. Tan ligera y astuta como una reina.

«Mamá, ¿por qué huyes? ¿No ves que queremos conocerte?» noté como sus piecitos tocaron el suelo cuando la bestia la dejó caer y ella se acercó a mí hasta encontrarme.

«ABRAZANOS, MAMÁ» tres tonos de voz manaron de los labios de la niña. «TE AMO, ERES NUESTRA AMA».

Cuando la cabeza de la niña se torció un poco me tapé la cara.

«¿Por qué le diste botones por ojos a tu hija más querida?» dijo la niña con una risita risueña que me arrancó un escalofrío. «A mí ME diste UN vestido MUY sucio. QUIERO BESAR TUS MEJILLAS, MAMÁ».

Sus tonos de voz se alternaban. La de la niña, las otras y yo me oriné en mis pantalones del miedo. Ellos eran personajes de mis historias de terror, salieron de mi mente en sueños, y ahora, trataban de asesinarme. Por eso, antes que la pequeña me tocara con su manita, que podía trocear todo con un mero toque, corrí antes de que me volaran la cabeza con el proyectil que esquivé apenas y por suerte.

«¿Así tratas a tus hijos? No nos abandones, mustia de quinta» las palabras, los insultos, me dolían pero debía escapar o la libraría de ese modo.

¿Cómo había acontecido este suceso? Simple, iba a participar en un concurso de cuentos de terror y ahora, los desgraciados de mis hijos, que no sé cómo infiernos, habían emergido de las paredes de mi cuaderno. Tenía un concurso que ganar, o algo así, pero ahora me preocupaba más el sobrevivir. Si participaba y tenía la suerte de ganar les daría un lugar mejor a todos ellos, pero como bien lo ven, ahora no importaba nada de nada. Salvo la supervivencia.

Contemplé en el trayecto a mis hijos más hediondos, los que comían fetos de ratas como festín en festivales que inventé para hacer más maravilloso el mundo que había construido para mostrar mis dotes de escritora en el concurso. Ahora no sabía qué hacer, no tenía mi pluma secreta para mandarlos de vuelta a su mundo. Así que comencé a escribir con mi propia sangre de período en mi brazo derecho. El izquierdo estaba manchado de estiércol.

Pensé crear un héroe que me ayudara. Cerré los ojos y lo imaginé tan bello como los lirios de los lagos que había en el jardín botánico de mi tierna tierra. De pronto, sentí como algo frío me atravesó la garganta de tajo a tajo y caí como una doncella en brazos del recién creado. Él también se había puesto en mi contra. Mi héroe no era un héroe. Era un villano. El más despiadado. Entonces de él noté que manaba brea, o más bien de su boca. Me besó en la frente de manera ceremonial y me susurró al oído con una voz de seda, melodiosa, viril. 

«Vida por Vida, MAMÁ».

Vanessa Sosa

Mérida, Venezuela (1986). Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Actualmente, ejerce como Bibliotecaria en una institución. Es  una escritora que se considera aprendiz y también autodidacta. Inició en el mundo de la escritura en el año de 2018 con pocos microcuentos y microrrelatos, que transformó después, en relatos más extensos. Se especializa en el género fantástico porque es el que más escribe, sin embargo, considera que hay mucho por mejorar.

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Relato de la autora Gloriana Ferlini – La mujer en el espejo

La casa era antigua, pero para mí era perfecta. Se encontraba alejada de todo el bullicio y ajetreo de la ciudad. Tenía ladrillos color piedra, ventanas amplias, habitaciones espaciosas y una puerta de madera añejada; me gustaba que fuera así, única y diferente. Sentía mucho afín con ella y me recordaba a las casas descritas por las hermanas Bronte en sus famosas novelas de romance gótico. Al ver la casa supe que era para mí. Quería ser parte del mundo de las Bronte o de alguna de sus novelas, fantaseaba cada día con eso desde que leí «Cumbres Borrascosas» a mis 12 años y sabía que con esta casa iba a vivir ese sueño.

Mi padre se oponía a mi decisión de querer vivir sola; estaba preocupado por mí, lo normal de un padre al ver a su hija crecer y querer buscar su libertad e independencia. Sin embargo la razón de su preocupación era por algo más que ver a su princesita buscando su autonomía. La razón de su resistencia era porque yo había dejado de tomar los medicamentos recetados por mí psiquiatra y él pensaba que no estaba estable a nivel emocional. 

Estos medicamentos los había estado consumiendo por más de 5 años desde la trágica muerte de mi madre en un accidente automovilístico camino a su trabajo y el cual me generó una gran depresión de la que no he podido salir. No obstante, logré persuadirlo de que era lo mejor para mí y mi recuperación. Aceptó a regañadientes y decidió apoyarme en todo el proceso o eso quise creer yo para no sentirme mal y a la vez ignorar la voz de mi niña interna pidiéndome a gritos que todavía no era el momento y que solo le hiciera caso a ella y mi padre por esta vez.

Ojalá les hubiese hecho caso a su oposición.

Los primeros meses en la casa fueron tranquilos y llenos de introspección. Al principio fue difícil acostumbrarme a la soledad, tal vez por mí síndrome de abstinencia generada por la falta de medicamentos. Sin embargo, con el tiempo logré vencer esos malos ratos y pensamientos intrusivos que me carcomían y empecé a sentirme segura en mi nuevo hogar. Podía ser yo misma sin sentirme juzgada y sin interrupciones, pero un día todo cambió y dejé de sentirme bien en la casa de mis sueños. Los pensamientos regresaron para jugarme una mala pasada y hacerme travesuras que solo lograban hacerme llorar. Me sentía como esa niña que fui en la escuela, sin amigos, sufriendo bullying y sin nadie a quién contarle lo que sucedía por miedo. Y como esa niña que fui, reaccioné igual llorando, callando e ignorando lo que me estaba sucediendo, porque creí que pronto todo iba a pasar.

Era una mañana gris y lluviosa. De esos días en los que solo quieres estar en la cama cobijada existiendo. No tenía ánimos de hacer nada, pero recordé las palabras de mi psiquiatra: -«debes bañarte, desayunar y celebrar esas pequeñas acciones, aunque te cuesten». Así que me obligué a realizar pequeñas actividades, que aunque eran mínimas me generaban una fatiga indescriptible. 

Tomé una ducha caliente, me lavé el cabello y empecé a notar como mi estado de ánimo mejoraba. Todo se volvía a sentir normal como cualquier otro día; tuve una mínima esperanza de felicidad. No obstante, cuando salí de la ducha el ambiente había cambiado. No era el mismo y había una sensación pesada y brumosa casi palpable en la habitación, lo adjudiqué al vapor y calor del baño, puesto que decidí darme una ducha larga para relajarme y callar con el sonido del agua los pensamientos que me carcomían sin piedad por dentro, pero no era así.

Todos los rincones de la casa se percibían de esta manera y volví a sentir miedo e inseguridad. Comencé a sentirme observada y esta sensación la confirmé cuando una noche en el baño al lavarme la cara, me vi al espejo y observé una silueta femenina detrás de mí. Grité y salí huyendo de ahí. Corrí por toda la casa hasta llegar a la puerta principal, pero al abrirla y querer salir de la casa pude notar que no podía salir de la casa; algo no me lo permitía o me lo impedía. Histérica di la vuelta para ingresar y ahí estaba ella de pie observándome en silencio dejando un rastro de sangre. No logré ver su cara y a como pude la esquivé. Tapé cada espejo que tenía en la casa con cobijas, ropa, alfombras y cuanto objeto me encontrara que sirviera de barrera, porque según creí había salido por ellos y al taparlos no iba a permitir que viniera mi mundo a atormentarme.

En mi desesperación y miedo, me encerré en mi habitación y llamé a mi padre para que me ayudara, pero no obtuve una respuesta de él. Llamé a la policía y tampoco dieron señales. Estaba completamente sola y decidí que lo mejor era no salir de mi cuarto hasta que ya no existiera peligro, pero este nunca se fue.

Pasaron días y meses, y la mujer del espejo caminaba afuera de mi habitación tarareando una de mis canciones favoritas. Incluso parecía que ella era la inquilina de la casa, puesto que en ocasiones escuchaba caer el agua de la ducha, risas provenientes de la TV o bien escuchaba la melodía de mis canciones favoritas en la sala de estar. Una noche la puerta de mi habitación se abrió; era ella que caminaba hacía mí. Se acercó a la cama tarareando, se sentó en ella junto a mí e intentó acariciar mi frente, peinar mis cabellos y arroparme; me sentía hipnotizada por su presencia. No podía dejar de observar todo lo que estaba sucediendo y que era yo la protagonista silenciosa que lo estaba viviendo sin vivirlo realmente.

Cuando volví en mí, me percaté de que sus labios se empezaron a mover y quería decir algo. Inmediatamente quise correr, pero no pude, mi cuerpo no respondía a mis comandos, sentí un frío inexplicable que recorrió cada fibra de mi cuerpo y la escuché decir: «encuéntrame y serás libre», después de eso todo se volvió oscuro y por primera vez pude dormir tranquila en tanto tiempo.

Me desperté agitada pensando que todo había sido un sueño, pero agradeciendo que por primera vez había podido descansar después de tanto tormento que estaba sintiendo. Al levantarme de la cama logré observar un rastro de sangre que no estaba el día anterior y supe que no había sido un sueño. Harta de estar pasándola mal recordé las palabras que me había dicho la mujer del espejo y me armé de valor para enfrentar lo que sea que fuese ella.

Estaba decidida a ponerle fin a esta situación para no permitir que me atormentara más. Mi miedo pasó inmediatamente a la rabia. Me enojaba saber que había alterado mi paz, que estaba viviendo la vida que yo tanto amaba en mi casa soñada, y fue a raíz de este pequeña dosis de valor y coraje que seguí el rastro de sangre, el cual me llevó hasta el baño. 

Al abrir la puerta, pude percatarme que el ambiente era pesado y brumoso, no había cambiado nada desde aquel día. Me pareció extraño que todo siguiera de la misma manera y el vapor no se hubiese disipado, preferí no darle importancia y me enfoqué en la sangre. Fue fácil encontrar el lugar de donde provenía la sangre; era la ducha. Abrí la cortina de esta y pude observar una mujer desnuda que tenía sus labios azules, su piel pálida grisácea con profundas cortadas en sus muñecas y alrededor de estas sangre seca, observé que el agua seguía cayendo y se llevaba la sangre fresca que emanaba de sus heridas.

Observé detalladamente su cara, grité de dolor y comprendí porque nunca volví a saber de mi padre. Esa mujer era yo.

Gloriana FerCa.

Gloriana Ferlini Cano

Mi nombre es Gloriana Ferlini Cano, pero pueden decirme Glori, soy de Costa Rica y de profesión soy fisioterapeuta especializada en animales.
Actualmente no ejerzo, ya que me encuentro en la dulce espera de mi primer bebé, lo cual me tiene muy emocionada.

Me gusta escribir sobre terror, crímen y suspenso sin dejar de lado los temas cotidianos y sensibles que suelen ser ignorados por miedo a hablar de ellos o el tabú existente. También me gusta escribir poesía y romance.

Desde niña me ha gustado mucho leer y escribir; siempre han sido un refugio para mí. Mi sueño es escribir un libro que sea publicado y en el cual ya me encuentro trabajando, mientras tanto subo mis escritos a Wattpad o los guardo en mi libreta como un diario.

Soy fiel creyente de que las palabras sanan el alma y alivian el corazón.

Relato de la autora Gaby Vindas – Las Invisibles

El sabor metálico de la sangre que salpicó en su cara al apuñalar el cuerpo de él 73 veces, siempre iba a estar presente en sus labios y en su recuerdo.

73 veces. La primera en el cuello, preciso y certero. 50 veces en el corazón. 50 veces por cada una que cruzó el límite innombrable con ella. El resto por inercia, por odio, por venganza.

Consuelo recuerda con fuerza la ira al décimo día de no menstruar. Era su semilla germinando, creciendo dentro de ella. Esa semilla le dio fuerzas. Con lágrimas corriendo por dentro de su alma se hizo del cuchillo de la cocina, sin que nadie la notara.

Nadie nunca la veía desde que aquello había empezado. Nadie la veía pues se hacía realidad lo que ellas también habían vivido. Sus hermanas, su madre, su abuela. Invisibles entre ellas.

Escondió el cuchillo bajo su almohada y aguardó.

Ese día amaneció muy caluroso, era martes. Los martes en que quedaba sola, a merced de su verdugo; ese que la acuchillaba por dentro mientras su sudor ácido le caía en los ojos cerrados. El que luego de un gemido asqueroso se iba, dejándola sola, desnuda, ardiendo en las llamas del mismísimo averno.

Fingió estar dormida, como siempre. No rezó, no se persignó, como hacía al principio, cuando aún creía que dios podía salvarla, ¿Cómo no iba a salvarla? Lo decía el padre en misa, lo decía la abuela en el rosario. Ten piedad de nosotros.

El se acomodó encima de ella, tosco, con fuerza. Fingió aferrarse a su almohada como tantas veces. Lo que sigue está borroso, indeleble en la memoria, pero ilegible a sus ojos. La memoria se hace más clara cuando quitó el cuerpo de él, inerte y sudoroso de encima suyo, y sonrió. Se había acabado. Para siempre.

La fuerza de cargar sacos y palear tierra en la finca pagó con creces; levantó el cuerpo en una sábana con facilidad, lo arrastró al patio y con meticuloso afán lo enterró debajo del árbol de mango. Ese árbol donde jugaba con él a atrapar luciérnagas, antes de la pesadilla, antes de que él viera la mujer en ella.

Se bañó largo rato en el río, con un trapo viejo limpió el piso, tiró la sábana manchada en el horno de leña. Esa sábana manchada de sangre, de sudor que ardía en los ojos, de pecado silencioso, de gruñidos asquerosos, de su inocencia perdida.

Por primera vez acarició a la semilla en su vientre, la miró con la ternura de quien perdona a quien nunca tuvo culpa. El sacrificio no-voluntario de su creador le lavó el pecado.

A las seis de la tarde, volvieron ellas. Las invisibles. Todas adivinaron lo que pasó al encontrarla a ella durmiendo plácidamente en calzones en una hamaca. Nadie nunca podía hacer eso sin miedo. Nadie preguntó por él. Nadie lo extrañó.Pero como todo en esa casa, no se hablaba de lo que se podía hacer real.

Esa noche las invisibles se miraron. La abuela les hizo atol, como antes. La madre las peinó antes de dormir, como antes. Las hermanas se acurrucaron en una sola cama, como antes. Ella volvió a dormir, hasta los martes, como antes.

Gaby Vindas

Gaby Vindas (Costa Rica). 

Estudió Publicidad, Enseñanza del Inglés y algo de Psicología, sin embargo no ejerce ninguna de sus carreras porque la vida toma rumbos a veces misteriosos y lleva los últimos 20 años desempeñandose como líder en una transnacional. Se dice que quiere ser escritora publicada, fue poeta y es ávida lectora. Publicó poesía erótica en La Delta de Venus, cortitos poéticos cotidianos en Taquitos de Queso, ambos blogs personales; y una columna en la revista digital Dele Bimba.

Actualmente escribe relatos cortos de temática oscura y de suspenso en Wattpad, y se encuentra trabajando en lo que sería su primer libro, una novela de realismo llena de personajes con personalidades peculiares y un pasado misterioso.